
Con la siembra del odio
hendiendo el filo de la navaja
en los surcos de la tierra baldía,
solo florecieron el dolor,
la más honda amargura,
una herida abierta y profunda.
Con el filo de la navaja
que surcaba la tierra baldía
se sembró de muerte,
de dolor y de amargura
la semilla de amor
que hacía florecer la vida.
En los surcos de tierra baldía
en los que se hendía la semilla,
el filo abierto de la navaja
dejó una dolorosa herida
en el amor que clamaba florecer
como tierra sembrada de vida.
Con la semilla del odio baldío
sembrado en el filo de la navaja
se apagó una voz que florecía
en los surcos de una tierra fértil
en la que cobraba vida
un amor sin dolor ni heridas.
Versos insondables de un poemario aún yermo