Al lado del cochero, el niño,
que aspira a rey de la casa,
luce camisa con chorrera
y un clavel con pétalos
de rojo ardiendo.
Y para completar el atavío,
pantalones de paño negro,
botines marrones de tacón
para levitar en el aire
y un sombrero de ala ancha.
Camino de la feria,
a la vuelta de la esquina
se escuchan sevillanas
fandangos y pasodobles
que el viento manosea.
A la entrada del ferial
relinchan las caballos
su dolor y su cansancio,
hartos como andan
de calores, fustas y arres.
El niño los mira
con carita de pena
y se le descuelgan lágrimas
que encojen su alma
y el ala ancha de su sombrero.
De su boca se borra
la sonrisa que traía puesta,
y de sus sueños de la tarde,
ser el rey de su casa
antes de que el Corpus acabe.
Camino de la feria
el niño le pide al cochero
que detenga su coche,
que calme la sed de los caballos
y seque el sudor de sus frentes.
Ya no quiere lucir
pantalones de paño negro,
ni camisa con chorrera
ni el clavel que lleva
clavado en su pecho.
El niño ya solo sueña
con ser un alazán
de alas anchas y transparentes,
para volar los días de Corpus
sin que nadie lo fustigue.
Un modesto alegato en contra del maltrato animal incluido en el poemario «Reverso y anverso», con ilustraciones de Eugenio Rivera, y que pronto empezará a buscar un refugio editorial