Imagen: cocoparisienne
—No dejes que muera,
que me domine el silencio
y me abata la tristeza.
—¡Qué puedo hacer por ti
si el destino eterno
me ha condenado a vivir
en los confines del sueño!
—¡Háblame de las soleadas tardes,
de la lejana quietud,
de los crepúsculos naciendo
en las entrañas de la luz!
—¡Cómo he de hablarte
si mi memoria se desvanece
como el fulgor de la tarde!
—¡Grita el rumor y las palabras,
grita la noche mía,
grita mi infancia,
grita la vida!
—Mi voz ha enmudecido.
Quizá nunca más exista,
quizá nunca haya existido.
—¿Y qué fue, entonces,
de aquella vieja felicidad,
de aquellas encendidas pasiones?
—Como luces anocheciendo
se habrán apagado
en la oscuridad del tiempo.
—No puedo creer
que me haya abandonado
todo cuanto amé.
—Soledad, no me llores tus penas.
Aunque la tarde ha muerto,
pronto alumbrarán las estrellas.
—Mi desolación me llevará
por las veredas del infierno,
donde tristes mueren
los alejados de sus recuerdos.
—Me duele saberte herida,
pero solo el vacío
clavó sus razones en tu vida.
—Ahora sé que nada soy,
ni nada he sido,
que mis años pasaron
como un fugaz suspiro.
Poema incluido en mi libro «El delirio de la palabras. Prosas y versos de juventud» (viveLibro, 2016)
https://www.iberlibro.com/DELIRIO-PALABRA-PROSAS-VERSOS-JUVENTUD-MOLINA/19034348489/bd