Necesito llorar, desahogar mis penas. Mi corazón quebrado lo clama a gritos, pero mis ojos se han secado. Son un cielo yermo que no vierte lágrimas blancas o negras, dulces o amargas, cristalinas o veladas; un páramo desabrido por el que nada fluye.
El cauce de mis pupilas es un arroyo invisible en el que no afloran llantos, los gemidos que me crujen por fuera y por dentro, que se ahogan en su propio fango. Por la cuenca de mis ojos asoman surcos de sangre estéril, heridas infringidas con palabras afiladas. que horadan mi alma.