Recorrí a ciegas la silueta de tu cuerpo, en la húmeda y ardiente desnudez de una febril tarde de primavera, de una fogosa alborada de otoño. Fondeado en su mar embravecida, dulcemente lo acaricié a tientas, palmo a palmo, beso a beso. En su insondable laberinto busqué la entrada entornada que conducía directo a tu oasis. Nos cruzamos miradas cómplices, atisbos de amor, pasión y deseo, y te arrullé entre mis manos, tímidamente trémulas. Hallé refugio en el sosiego de tus pechos y me adentré por los recovecos de tu sexo, entre gemidos, suspiros y silencios, para sembrar una simiente de vida en el fértil vergel de tu vientre.
Cualquiera de los días en los que concebimos a nuestros dos hijos